Artista Tornasol

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Eddie Ferraioli es un hombre de abrazos, corazón multicolor y luminosidad creativa.

Primo hermano de mi padre y el menor de tres hijos, pero su apellido "pierde" la U en la Oficina de Registro de Inmigrantes cuando su padre emigra de Italia a Ponce, Puerto Rico.

Crece en un hogar con disciplina europea - orquestada entre un padre italiano y una madre alemana. Para todos, el deporte, el trabajo y las artes eran esenciales para adquirir destrezas de vida.

Aún cumpliendo cabalmente con las tareas de su casa-escuela - Eddie tenía en su ADN una ansiedad sin origen explicable que habitaba en su biología.

Una energía que navegaba como un corto circuito en su interior.
Sin comprenderlo, vivir en un oleaje de azules y brisas fue su orilla - su naturaleza creativa.

Bien recuerda que desde los siete años los nervios lo carcomían - hablar en público, digerir bien los alimentos, socializar o competir en deportes eran sinónimos "del fin del mundo".

Era una sensación tan incontrolable que requirió de medicamentos desde temprana edad. Lo dice sin rodeos, ultra convencido que los tabúes que circundan la salud mental desembocan en secuelas mayores. Su padre galeno y madre fueron vanguardistas. Lo aceptaron y apoyaron.

La natación recreativa fue literalmente su salvavidas. Sentirse pez tanto en albercas como en el mar calmaba la velocidad de su mente. Igualmente la solidaridad con sus hermanos Mayita y Joey; los mundos literarios; escribir libremente y disfrutar de la música de Bob Dylan y de los Rolling Stones – fueron herramientas esenciales en su desarrollo emocional.

Con tenacidad y disciplina Eddie finaliza la escuela superior. Tras graduarse acude por dos años a Iona College, una universidad pequeña donde evoluciona académicamente, pero se encueva para protegerse. Encierros, asegura que sirvieron como exploraciones evolutivas. Lo hicieron conocerse como una radiografía.

Pero tuvo una temporada larga, donde la escritura dejó de ser luz. Se sintió obligado a tomar un paréntesis cuando, “se me agotaron las palabras y desvanecieron las ideas".Aceptó el vacío, y relata que esas sombras grises, esa sequía marcaron una era de su desarrollo.

Pausa y Sonríe.

Porque cuando estaba cobijado en sombras siempre murmuró un susurro interno afirmándole que su cueva tenía salida. "Pienso que era la esperanza, hablándome". No obstante, regresar de los Estados Unidos a Puerto Rico para terminar su bachillerato era el camino sensato.

Entre veranos universitarios viaja a Europa - al continente de sus cuatro raíces que lo enredan: la italiana, la puertorriqueña, la alemana y la judía. Y, casualmente en la Iglesia de Notre Dame, en París encuentra su ruta.

Hace hincapié: "Bibiana no sé si la anécdota es real o imaginada, pero en la Iglesia me encontré con un jorobado. Me pidió una limosna y tenía monedas. Caminamos al interior y vimos el vitral de la Roseta. Lo interpreté como una señal".

Anonadado con la majestuosidad del arte en vidrio, Eddie recuerda los hermosos vitrales de la casa de unos parientes. Sintió que las incertidumbres que flotaban en su mente se aquietaban. Se anclaba, en una nueva orilla.

Sintió su propósito, y se reconoció como artista.

Tras visitar Europa, regresa a Puerto Rico destinado a estudiar un post grado en sicología, pero cuando uno de los requisitos era hablar en público se retira. Conversa con su madre y aparte de continuar con el arte de vitrales, decide que una maestría en educación especial es apropiada.

En el mundo de la neurodiversidad, conoce a su Mari quien estudiaba patología del habla - se enamora, y se casan. Siempre tuvo la certidumbre que tener hijos no era una opción para él - pues le tenía mucho respeto a su salud mental. Ambos abrazaron esa verdad.

Al poco tiempo de estar casados, a su esposa la diagnostican como bipolar. Su condición "me ofrecía perspectiva de mi condición y me hizo convertirme en el ancla". Hoy es viudo.

Acaricia su hazaña con nostalgia, y reconoce tímidamente que fue baluarte de un amor incondicional. Cuidó a Mari hasta su muerte y para ambos el arte de vitrales fue un sendero común, una terapia colectiva.

Hoy ella no está, pero la sobrevive el arte. Fueron Mari y su siquiatra quienes lo empujaron a realizar una primera exhibición a los 52 años. Tuvo ocho semanas para ser valiente.

Ante el público logró hablar de su arte, de su proceso y contó cómo él es espejo de sus vitrales, de sus emociones. Esa exhibición fue en el Museo de Arte de Ponce - y hoy lleva más de una década edificando su imaginación en una abánico de artes.

Tanto en el Hotel El Oso, en España como en la Parroquia Stella Maris su arte deslumbra. Igualmente, en ventanas recicladas del Viejo San Juan con mosaicos de frutas nativas; en la exposición compartida con su sobrino; o en las Diosas quijotescas que son un tributo a las mujeres que sobreviven la violencia.

Esta primavera regresó al mar con su arte. Con nueva vitalidad. Cargó junto a jóvenes universitarios del Taller Comunitario de Arquitectura (liderado por el profesor Martínez-Joffre) mosaicos de fauna marina para colocar en el fondo de las cercanías del Escambrón.

"Desafortunadamente los hurtaron, pero confío en que volverán al agua, al museo marino". Lo dice con pasión y certeza.

Siento, sentimos gratitud. El coloquio familiar ha sido una navegación fascinante. El café espiritual ha volado como la brisa. Es hora de seguir laborando. De seguir construyendo arte en sueños.

Nos despedimos. Con más de siete décadas vividas, observo un puertorriqueño europeo, un artista de mundo. Pero sobre todo un hombre anclado en un arte milagroso.

Un arte que lo transporta y nos transporta a la humanidad.

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