GRACIELA Eleta es una fiesta de emociones. Su voz y tono acarician la magia de las Américas – transportan a cualquiera a las canciones del gran Rubén Blades.
Oriunda de Panamá, también es hija de las Antillas Mayores. En Puerto Rico nace su tribu. Y, aunque tanto fluye como flota entre estos dos países que inician con la letra P, en su andar se respira la esencia de una mujer global que se fortalece con la riqueza humana.
Aún cuando afronta retos en salud, se observa con mirada asertiva. Llega a tu hogar regalando una sonrisa, un abrazo apretado y en su conversar existe siempre una lluvia de aprendizaje.
Se retrata como es. Con sus verdades, incertidumbres y un incesante deseo de seguir aprendiendo. “De lograr respirar el ahora porque el tiempo es lo único que nos queda”. Frase que recientemente leyó en un evento familiar afirmando la naturaleza esfímera de la vida.
Cuida y sabe cuidarse, enlazando redes de amistades en todas sus etapas. A su edad el árbol que da sostén a sus raíces tiene cronología. Y, saber que cada una de esas ramas abonaron su yo, es para ella puro agradecimiento.
Sobre todo ahora que vive una edad maravillosamente libre – donde la calidad del tiempo es su prioridad.
A ella también la conocen como la Master Jedi porque alumbra el camino de muchos con una luz tornasol.
Compartir abiertamente con sus pares que se cuestiona, explora y excava es un atributo loable para cualquiera.
Es atreverse a compartir su propio espejo con arrojo, amor y gozo. Una verdad humana que sencillamente logra por su espiritualidad - una que trasciende las ciencias y el raciocino.
Graciela bien sabe que anclarse en el ahora ha sido su mejor epifanía. Atrás quedaron, o intentan quedarse los vaivenes entre tiempos existenciales y rumiar en espiral con pensamientos barrocos.
Hoy su fiesta es más sencilla. Disfruta a plenitud el ritmo de su vida, y ella es su mejor cadencia.
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