Maravilla de Mujer

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Es una mujer- árbol que sabe mecer sus ramas en vientos de incertidumbre y anclarlas en posibilidades. Con Manena se aprende que ‘cerrar’ los ojos para despertar a la vida, es fundamental.

Vive maravillada con la vida, con sus alrededores y con las energías que corren en su universo sideral. Se llama María Elena González Arsuaga - nombre impreso en su pasaporte y licencia de conducir- pero para su clan es Manena.

Oprimo en el teclado digital Ma-ne-na y dividiendo sus sonidos, la cita de mi bisabuelo materno, el Doctor Ramón Suárez Calderón, resuena en mi tímpano como un eco presente: “tu nombre es la música más dulce a tus oídos”.

Sin lugar a duda, Manena es arquetipo de esta cita. Su nombre es música melodiosa para quien la conoce. Posee un mundo interior sencillo y a su vez profundo. Tiene un conocimiento ancestral. En su agradecimiento hacia la vida palpas un retrato de un ser humano pleno.

Arraigada en raíces voladoras, Manena es una mujer- árbol que sabe mecer sus ramas en vientos de incertidumbre y anclarlas en posibilidades. Con ella se aprende que ‘cerrar’ los ojos para despertar a la vida es fundamental.

Te muestra el mapa de cómo descifrar el código de tu nombre, para saber escuchar serenamente la música que nos toca bailar en este plano terrenal. Un plano terrenal que trasciende los cuatro elementos del planeta: la tierra, el aire, el fuego y el agua. Como mujer capricornio acepta los cuatro elementos y plantada tanto en sus pies como en sandalias plataforma, no teme divisar la montaña. Escalar para crecer es ser leal a su Yo.

Tal vez ésa es su mayor certidumbre, y desde su práctica privada como terapista de familia transmite esa verdad con una paz y don de escuchar loable. La he visto tanto en sesiones individuales como colectivas, y tiene el arte de hacer sentir a su audiencia como protagonista. Su mayor anhelo es que podamos prender nuestra propia cámara con amor compasivo.

De mirada multidimensional: mente, cuerpo y espíritu, Manena nos enseña a retratar nuestra fotografía interior. En ocasiones, advierte los tonos de las fotos son blancos, negros, grises, sepia, camufladas o variopintos. Pero asegura todas las fotos son editables, y componen el gran álbum de quienes somos.

En el de ella, le tocó aprender desde muy temprano a querer la vida desde cualquier lente. A sentir el amor en la memoria viva. Tendría unos 10 años cuando el compañero de su madre le pidió fuese a dar un paseo a la farmacia a comprar varios rollos para la cámara.

Los compró entusiasta, y al llegar al apartamento fue testigo de un feminicidio. Su madre, mujer de vanguardia, defensora de los justos (quien, sin conocer, siento conozco) fue la víctima. Le tocó entonces vivir con sus abuelos y su hermana mayor. Sintieron juntos el dolor de un amor, y continúan sanando.

Manena ha ido transformando su cicatriz en una sanación evolutiva. Curándose desde adentro con aceptación inconmensurable. Ese mismo querer a ella, es antídoto en su profesión.

“Escuchar nuestro cuerpo y prestarle atención con ternura es fundamental. No importa lo que te haya tocado, lo que hayas o estés cargando. Esa carga tal vez estaba o existe para protegerte, pero puede transformarse. Los traumas históricos, familiares, individuales o intangibles son reales. Nos toca procesar esas emociones con detenimiento. No hay de otra”, asevera desde su silla taburete.

Entretanto, Olivia su perra boricua alza su hocico para saludar. La conoce. Se conocen bien. La acaricia. Suelta una sonrisa y añade: “Bibiana nos toca a todos sentir y aceptar las cosas como son, y las que fueron como fueron. Me encantaría tener a mi mamá viva, y darle un abrazo, pero no puedo. Al otro día nos íbamos de viaje y nunca pasó”.

A su temprana edad, entender que “las cosas son como son” es reto de grandes ligas, de alpinista, pero ella fue haciendo su camino entre tropiezos. Agradece infinitamente, el amor desbordado de sus abuelos. Me mira, y con la sencillez de quien vierte agua en un vaso reitera: “todos estamos aprendiendo en esta vida. Nadie es experto. Para evolucionar hay que quererlo. Nos toca adaptarnos, ser valientes y visitar nuestros campos de gratitud”.

Manena bien puso en práctica lo que descubría desde su preadolescencia. De hecho, hoy atiende a mucha juventud como terapista de familia, y le apasiona. Se remonta entonces as sus tiempos rebeldes, cuando por poco Manena se sustituye por otro apodo.

Sus amistades le decían ‘Fosforito’ porque encendía la mecha con rapidez olímpica. Ese fuego, esa pasión por la vida no ha menguado, pero si lo ha regulado. Vive hoy con gracia.

Gracias a un trabajo incansable con ella misma. A su alcance siempre tiene una ‘mochila’ de bienestar. En ella hay desde peritaje en yoga, meditaciones, ejercicios de respiración hasta el atajo más corto para caminar o conducir a la playa y flotar en mar salitre.

En todas estas destrezas de vida, Manena se ha educado formalmente para igualmente empoderar con autenticidad a sus clientes. Su mejor pedagogía es ser ejemplo. Vivir su propia terapia.

Cuenta que, en la Casa Dharma, ubicada en Santurce, y donde ofrecen una gama de talleres que buscan el desarrollo integral, tuvo una epifanía extraordinaria. Luego supo que esa casa era de su familia. Relata que, en uno de los talleres, mientras cerraba sus parpados para aquietar el sistema nervioso escuchó en sus adentros a niñ@s jugar. Esas risas acariciaron su interior como un abrazo maternal. Son sonidos que hoy la impulsan en su vida, en su trabajo, en todo su ser.

Pienso que Manena revivió ese recuerdo ancestral porque ha labrado su crecimiento con tenacidad. Es una mujer admirable. Que hoy respira con libertad - sin temor ninguno a excavar, y maravillarse ante sus propias vulnerabilidades - aun cuando puedan significar tambalearse entre yacimientos.

En el fondo pienso que la fuerza interna de Manena estriba en una perdida superada. En una verdad necesaria para la humanidad: el amor nunca muere, trasciende.

Un sentimiento que rectificó cuando estudiaba en Boston College y fue a visitar el Centro de Programación Temprana donde reconectó con la cocinera que tuvo de niña porque asistió a este centro cuando vivieron una temporada en ese estado. Su madre era trabajadora social.

Igualmente pondero cómo los pequeños recorridos en la vida nos conducen a caminatas largas. O cómo los tributarios de un río desembocan en estuarios y abrazan el mar abierto.

Me respondo al redactar el perfil de una puertorriqueña con poco más de medio siglo - que el tiempo no es lineal, que la sabiduría no tiene edad. Que los “rollos de la cámara” que le mandaron a comprar a Manena aquella tarde nefasta, los desenrolló en plenitud.

Se desenrollaron en un juego de buscarse y perderse: gracias a una crianza amorosa con sus abuelos; gracias a sus amistades hermanas de escuela superior; gracias a sus estudios en Boston, y en San Diego como terapista de familia; gracias a su temporada laboral en Nueva York hasta decir “no quiero hablar más inglés, quiero volver a Puerto Rico”.

Gracias también a las tribus de su mundo heterogéneo; gracias a su trabajo con las entidades sin fines de lucro; gracias a su amplia experiencia como evaluadora en Programas de Educación Temprana; gracias a su plétora de certificaciones en diversas disciplinas que promueven el bienestar social; gracias al amor por México, y sobre todo gracias a ella misma.

En fin, abrir las puertas de su verdad para que otros puedan sanar simboliza fidelidad a su nombre musical - Manena- un nombre, que siempre baila en solidaridad.

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